Me quedaba despierta en medio de mi cama, grande.
Sola, con un cielo aún oscuro donde no estaba la luna y el sol aún no llegaba.
Deje de necesitar un par de brazos extras.
Me volví fan de las mañanas frías.
DÍA 1:
La cocina está vacía, pisos limpios y agua pura.
No hay comida, hay café.
DÍA 2:
La regadera se arruino. Aprovecho los días calurosos para desperdiciar agua
en un burdo intento de ducharme en el patio.
Me gusta quedarme ahí, refugiada por un par de árboles, dejando que el sol
adore mi piel desnuda, agarrar un color tostado y olor a verano.
DÍA 3:
Las paredes de la casa dejan de colgar cuadros, las vuelvo blancas.
Esperan ansiosas un nuevo color, como mi sombra que espera una llegada.
No hay espejos, reflejos si. El teléfono esta tarde sonó dos veces,
no respondí.
DÍA 4:
Desde hace dos noches que ya no duermo en la cama,
no comparto almohadas con espantos ¿Tu sabes como es eso?
aprendí a contar el tiempo por canciones, aunque no las escuché.
Es mejor que tu silencio. El mío habla con la música,
no entiendo lo que dicen.
DÍA 5:
Abrí la ventana, alguien llamo a la puerta
"Son mis cuentas por pagar" supuse.
Mande a decir con la vecina que anunciara que no estaba, había salido
nadie sabía si volvía, estaba contigo, pero el de la puerta eras tú.
DÍA 6:
La vecina llego esta vez, traía con ella una carta, sin firma ni adiós.
"Esta vez no sé ira" me dijo que le dijo el muchacho.
-Niña, sus ojos están tristes- No supe si los de él o los míos.
No sé como luzco.
DÍA 7:
Solo han sido siete, parecen 107. Hoy salí al balcón,
llame la atención de un chico alto en patineta.
Saqué de una bolsita un cristal, pude verme. No soy yo.
Me vi otra vez, seguía siendo otra.
La tercera funciono, era yo y tu aparecías buscando a la que se
miraba en el primero.
lunes, 30 de enero de 2012
martes, 17 de enero de 2012
Aprendemos a llorar desde chiquitas
Baje las escaleras, la casa en penumbras y
las voces salían del televisor.
La vi sentadita, escondiendo su cara, no me vio acercarme.
-¿Qué tenés?- pregunté.
-Nada- me dijo hundiendo su rostro en el sillón.
-¿Estás cansada? ¿Te duele algo?-
-No, no sé. Apenas si movió los labios.
-¿Estas enojada?- esperé su respuesta en silencio.
-Preguntale a ella-
Supe que hablaba de mi madre.
Me senté a su lado sin hacer ruido, la vi de perfil,
sus ojos llorosos, la mirada tan confundida, enojada y avergonzada.
Se limpió las lágrimas como si de eso dependiera la victoria.
Abrazó su cuerpo.
-¿Tenés frío?-
Me dijo que no moviendo la cabeza.
Mentía.
La abracé sin hacer presión. Sentí como su bracitos se iban poniendo
tibios, se calmaba.
Sabía que no era a mi a quién quería cerca, pero no me echaría de su lado.
Me sujeto la mano.
Olí su cabello, le ofrecí un caramelo. No queria nada, entendí que
era momento de dejarla sola. La apreté contra mi pecho y besé su mejilla.
Mis labios quedaron húmedos.
¿Hace cuanto llorabas en silencio, pequeña?
Me levanté soltando su mano, por un momento intentó retenerme
pero desistió al segundo. Me dejo ir.
Llegue hasta la puerta y me volví para verla.
Sus pies descalzos, tratando de entender lo que pasaba, le dolía.
Daniela tiene 5 años y ya sabe de llorar en soledad, de dejar ir,
de perder y empezar de nuevo.
las voces salían del televisor.
La vi sentadita, escondiendo su cara, no me vio acercarme.
-¿Qué tenés?- pregunté.
-Nada- me dijo hundiendo su rostro en el sillón.
-¿Estás cansada? ¿Te duele algo?-
-No, no sé. Apenas si movió los labios.
-¿Estas enojada?- esperé su respuesta en silencio.
-Preguntale a ella-
Supe que hablaba de mi madre.
Me senté a su lado sin hacer ruido, la vi de perfil,
sus ojos llorosos, la mirada tan confundida, enojada y avergonzada.
Se limpió las lágrimas como si de eso dependiera la victoria.
Abrazó su cuerpo.
-¿Tenés frío?-
Me dijo que no moviendo la cabeza.
Mentía.
La abracé sin hacer presión. Sentí como su bracitos se iban poniendo
tibios, se calmaba.
Sabía que no era a mi a quién quería cerca, pero no me echaría de su lado.
Me sujeto la mano.
Olí su cabello, le ofrecí un caramelo. No queria nada, entendí que
era momento de dejarla sola. La apreté contra mi pecho y besé su mejilla.
Mis labios quedaron húmedos.
¿Hace cuanto llorabas en silencio, pequeña?
Me levanté soltando su mano, por un momento intentó retenerme
pero desistió al segundo. Me dejo ir.
Llegue hasta la puerta y me volví para verla.
Sus pies descalzos, tratando de entender lo que pasaba, le dolía.
Daniela tiene 5 años y ya sabe de llorar en soledad, de dejar ir,
de perder y empezar de nuevo.
lunes, 9 de enero de 2012
Cómo ver por la ventana
Aprendí a mirar la ventana con las ganas disimuladas de verte llegar.
También supe que si venías no eras mío
Al menos no en besos, no en caricias.
Vi todos esos carros pasar
imaginé cada rostro de quién los manejaba
inventé sus historias y dolores acarreados
Siempre pensando en los tuyos y en como los disfruto.
Estuve sola y de espaldas al cristal
reflejándome y parpadeando a cada luz de ciudad
que se encendía y se apagaba
y no eras tú.
Me descubrí sonriendo en un vano intento
de ahogarte a gritos mientras cantaba la misma canción
que no me regalaste.
Que tenías, que era tiempo y verdad
pero no mía.
La calle seguía moviéndose
corría, daba vueltas, se mareaba.
El vómito era el montón de gente que, otra vez,
no eran tú.
Más de dos veces me encontré con la mirada perdida
y la respiración pausada.
Allí recordé que no te quería,
que no te sé,
entendí que no vendrías.
Esa misma tarde los ojos ajenos me enseñaron que,
ser mujer a mis años, y presumir la soledad en público
levanta las peores pasiones.
También supe que si venías no eras mío
Al menos no en besos, no en caricias.
Vi todos esos carros pasar
imaginé cada rostro de quién los manejaba
inventé sus historias y dolores acarreados
Siempre pensando en los tuyos y en como los disfruto.
Estuve sola y de espaldas al cristal
reflejándome y parpadeando a cada luz de ciudad
que se encendía y se apagaba
y no eras tú.
Me descubrí sonriendo en un vano intento
de ahogarte a gritos mientras cantaba la misma canción
que no me regalaste.
Que tenías, que era tiempo y verdad
pero no mía.
La calle seguía moviéndose
corría, daba vueltas, se mareaba.
El vómito era el montón de gente que, otra vez,
no eran tú.
Más de dos veces me encontré con la mirada perdida
y la respiración pausada.
Allí recordé que no te quería,
que no te sé,
entendí que no vendrías.
Esa misma tarde los ojos ajenos me enseñaron que,
ser mujer a mis años, y presumir la soledad en público
levanta las peores pasiones.
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