Mientras pasaban las 21 horas, aproximadamente, sentada sobre los muebles de la cocina contemplaba como la jarrilla, que atesoraba el agua, para mi rutinario café, hervía sobre las llamas de la estufa. La contemple por unos 20 segundos, hasta que reaccioné y supe que el gas se desperdiciaba, gracias a mi descuido. Me impulsé, cuidadosamente, para bajar de mi asiento, estiré mi mano y apagué la hornilla.Observé, detenidamente, como gota a gota caía el agua hacia mi taza. En ese lapso de 35 segundos, en que apagué la estufa y me dirigí a la refrigeradora, para sacar la leche, comprendí todo con claridad, fue como si el sol se hubiese metido en mi cerebro y encendiera mis ideas, todo se volvió tan claro, así como luce una lamparita en el cuarto de un hospital. Tomé mi taza y comencé a caminar, por inercia absurda, hasta que llegué a las escaleras. Conforme las fui subiendo en mi cabeza se proyectaba la película de aquella revelación extraña que se me había presentado. Una a una, y muy despacio, subía las gradas, cuando tuve la sensación extraña de que algo o alguien me esperaba en mi habitación; una dominante luz rosa salía por las ventanas y al entrar caí sumergida dentro de los cristales de los espejos. Me golpeé la cabeza al caer sobre el pasto, me levante aturdida pero emocionada, tenía la necesidad de salir corriendo y ser un espectador de mis vidas paralelas.
Lo que encontré fue una pequeña niña indefensa, con sus ojos tristes y sus cabellos rojizos volando por el aire, un hermoso moño verde adornaba su vestido, y sus zapatitos eran de un impecable charol negro. Corría por lo que parecía ser un bosque, mientras tarareaba una melodía totalmente desconocida para mis oídos. La seguí, hasta que llegamos a lo que supuse era su casa.: un enorme castillo color marrón, adornado con viejas cortinas colgando de los ventanales. Entramos por una diminuta puerta y al traspasar las cerraduras descubrí un utópico mundo de fantasías.
Un mundo en donde todo estaba rodeado de estrellas, y las mariposas jugaban con las hadas, mientras el Sol y la Luna se amaban sin temor alguno, en ese mundo había una enorme cama, en donde yacía una hermosa bruja de ojos verdes y cabellos negros. La pequeña niña saltaba sobre la cama regando sobre ella miles de flores moradas, la bruja solo la veía.
Me acerque a ella, y vi en su pierna un yeso duro y pesado, junto a su cama una mesa que sostenía mi café. El dolor de su pierna era fuerte, ácido, insoportable. En sus ojos, el duende del sueño enamorándola, y en su cuerpo el fantasma del cansancio, la noche era caliente y lenta, pero aun así, una sonrisa se posaba en sus labios.
Hipnotizada por su belleza, su voz era solo como un susurro, que me contaba, como todas las noches su príncipe azul venía en su caballo blanco, y la llevaba a pasear por los cráteres de la luna. Su pasión era descontrolada, pensaba en él todo el tiempo, con tan solo sentir el roce de su piel cada poro de su cuerpo se alteraba, su sonrisa era un arma, que sin compasión alguna, disparaba directo al corazón.
Sus palabras me llevaban cada vez más lejos, los imaginaba juntos, tomados de la mano, besándose. Las lágrimas corrían por nuestras mejillas, las de ella de emoción, y las mías caían lentamente, en cada una estaba la suplica de encontrar a alguien que me amara de esa manera.
La música sonaba con fuerza desde los pequeños auriculares blancos de mi i-pod, mi café se terminaba, y yo seguía sumergida en mis fantasías.
Esa noche dormí como durmió Aurora cuando la malvada Maléfica la hace pinchar su dedo con el huso y cae bajo el hechizo del que solo con un beso del príncipe Felipe podrá salir, y al despertar estaba ahí con el cabalgando en el quinto cráter de la luna.
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