domingo, 16 de agosto de 2009

Un vulgar suicido (Parte I)

A solas, bajo la luz de la luna tomando café, con el humo de su cigarrillo haciendo los efectos especiales, ahí estaba. Rastros de lágrimas y de dolores del alma aparecían aún en su cara; suspiraba.
Ahí en esa estrella reposaba, observaba como en su taza se reflejaba su pasado. Veía los momentos en que fue feliz, en que fue miserable, y en que fue insoportable. A tres kilómetros del cielo el cortometraje se proyectaba y con ansias lo esperaba. (Todo sucedió por evidencias que dieron pie a múltiples coartadas, eran de forma exacta).
Todas las mañanas al despertar se miraba al espejo, daba tres vueltas, acomodaba su fleco, aprobaba y se marchaba. Esta vez fue diferente, el espejo estaba roto al igual que su alma.
Al ya no poderse aferrar a un ser disfuncional decidió actuar. Buscaba, lloraba y suplicaba que su amor le regresara. Estas no fueron escuchadas. Y así fue, después apareció en un rincón de la habitación con un chantaje entre las manos de un amor desesperado. Nuevamente fue algo ignorado.
Se rindió, y así su pacto con el diablo estaba cerrado. Tomó un taxi y recorrió la ciudad, las luces de los carros provocaron un juego macabro y de ahí la locura le ganó a la razón.
Su destino era aquel hotel y casi todo estaba preparado. Doce rosas, trece velas, un poco de vino y algunas fresas; la inesperada sorpresa.
En su cabeza la idea revoloteaba, el cansancio y el efecto de las anfetaminas hacían efecto. Usó sus últimas fuerzas para dejarle un regalo. Abrió las finas puertecillas de cristal, un antiguo stéreo se dibujaba en su interior, pulsó “play” para dejar la música sonar, su canción favorita se repetía una y otra vez.
La pesimista y melancólica melodía dio el detalle perfecto para hacer de aquel teatro algo increíblemente trágico. Tomó su pluma y comenzó a escribir. Vio por la ventana una última vez, contemplaba aquel caótico pero bello lugar al que por muchos años le llamó su hogar. Imágenes de su infancia venían a su mente; lloraba al recordar que todos aquellos momentos y sueños, incluso su propia vida había dejado de tener sentido y todo gracias a que aquella persona le falló. Una ráfaga de viento se violentó contra su cara, hizo a su organismo reaccionar y pensó en sus adentros: “Basta ya de sentimentalismos, hay que actuar”.
Tomó su celular y cuidadosamente escribió una a una las palabras precisas, en algún lugar de la ciudad se escuchó sonar otro celular…

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